#27 La experiencia y la ilusión
Leo en Enredada en azul que la experiencia es fundamental para la escritura. Existen niños prodigio en la música, en la pintura, pero no en la escritura. Porque el paso del tiempo es vital para escribir bien. Y el alivio que me recorre al leer esto y que me llega hasta las puntas de los dedos es sobrecogedor. Porque leo a ciertos escritores, a periodistas, a personas que se dedican a este oficio, a juntar palabras y crear con ellas sentido, y me pregunto lo mismo. ¿Por qué escriben tan bien? Nace de un profundo asombro y agradecimiento -ante todo soy lectora-, pero noto una dualidad de sentimiento, de victoria y de derrota. Y miro sus edades. Y me acuerdo de lo que escribe Guadalupe. Y se disipa la angustia. Y pienso: mi tiempo aún es breve y joven.
Pero más que el tiempo en sí es la experiencia de ese tiempo, de cómo lo hemos tenido que coger con ambas manos, darle forma y agarrarnos a él para no desfallecer. Y su intensidad. Su aprendizaje. Origen de toda buena pluma.
Supongo que la importancia de la experiencia no es exclusiva para los escritores. Los sabios de antaño no eran precisamente jovenzuelos sino, más bien, personas curtidas por el paso de la vida. Y me paro a mirar las manos de mi abuela. Y entiendo la expresión de piel de papiro. No tanto por la textura en sí misma, sino porque esas manos tienen escritas la sabiduría de toda una vida. Miro las manos, pienso en lo que escribe Guadalupe, y la angustia se disipa.
Hay tiempo. Me queda tiempo.
Y esta es precisamente la idea principal del discurso que dio Marina Keegan en el acto de graduación de Yale, poco antes de morir en un accidente de coche y que está recogido en el libro Lo contrario de la soledad. Tenemos tiempo. Somos tan jóvenes. Nos queda tiempo.
Somos muy jóvenes. Somos tan jóvenes. Tenemos 22 años. Tenemos mucho tiempo por delante. A veces me asalta una sensación que se cuela en la conciencia colectiva cuando te quedas solo después de una fiesta, o al guardar los libros cuando te das por vencido y decides salir: la de que, en cierto modo, ya es demasiado tarde. Que los demás han tomado la delantera. Que están más preparados, más especializados. Mejor encaminados para salvar el mundo de algún modo, para crear, inventar o mejorar. Que ya es demasiado tarde para empezar algo nuevo, y que debemos conformarnos con continuar, con seguir lo que ya hemos iniciado. (…)
Pero debemos tener presente que todavía podemos hacer lo que nos dé la gana. Podemos cambiar de parecer. Podemos empezar de cero. Hacer un posgrado, o probar a escribir por primera vez. La idea de que ya es demasiado tarde para hacer cualquier cosa, la que sea, resulta cómica. Qué disparate. Nos estamos graduando. Somos tan jóvenes… No podemos, no debemos perder la ilusión de que todo es posible porque, en el fondo, es lo único que tenemos.
A ella no le quedaba tanto tiempo, pero la predisposición a hacer, “la ilusión de que todo es posible” es lo que suplía en su juventud a la experiencia. Marina también es una de esas plumas donde, al leerla, no hay lugar para la excusa de la experiencia, porque tenía veintidós años. Pero sí para la del talento, la de la ilusión, la frescura y las ganas. Ese optimismo de que aún queda tiempo (aunque no sea así), de que podemos y debemos comernos el mundo, cambiarlo. Esa esperanza de que todo se puede.
Supongo que, si no se tiene experiencia, si se tiene un talento más bien mediocre (¿el talento se hace o se nace?), no queda otra que tirar por la vía de la ilusión. De la ilusión y de la esperanza de que todo se puede.
Tal y como dice al final del discurso, “Vamos a hacer que pase algo en el mundo”.
Un libro
No lo había leído aún (lo sé, how dare I?) y es una lectura muy muy recomendable. En la línea de Zweig, una escritura elegante, que fluye, que roza la perfección.
Precisamente yo, que debía saber que los libros solo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.
Una reseña
Leí Cita con el arte hace unas semanas y acaba de salir la reseña que escribí para Aceprensa. Fue una auténtica gozada.
El libro, por otro lado, contribuye a desmitificar la experiencia artística, al hacer posible un encuentro sincero y real con el arte y explicar “cómo vivimos el arte, cómo lo miramos, cómo pensamos sobre él, y cómo (…) tratamos de recomponer lo que falta a partir de lo que tenemos ante nosotros”. También muestra cómo los autores se pierden en las salas del Louvre o la fascinación de Montebello ante la Anunciación de Fra Angelico que se expone en El Prado, todo ello sin fines didácticos; simplemente por el placer de ver y vivir el arte.
Dos poemas
Estos de José Jiménez Lozano.
Un artista
Ken Knight, un artista australiano que pinta paisajes al óleo, con un estilo impresionista. ¿No es precioso?
Esto es todo por hoy. Os escribo pronto.
Nos leemos en Instagram y en Twitter.
¡A disfrutar del tiempo con ilusión!