Hubo una persona, hará ya cuatro o cinco años, que me introdujo al mundo de la poesía. No a ese aprender metros que no tenían sentido, memorizar tiempos y figuras literarias y no comprender el lenguaje que se usaba en cada estrofa.
Ese alguien, con un solo verso, me enseñó lo que, de verdad, es la poesía. La potencia y empatía inmediata que provoca entre escritor y lector. El saberse completamente comprendido por alguien desconocido en menos de 30 segundos. Una conexión inminente ante los hechos de la vida y sus misterios, que ninguna otra forma literaria consigue en tan poco tiempo y espacio.
Ese alguien es Miguel Ángel Herranz, también conocido en las redes como Miki Naranja (@mikinaranja). Y Miki falleció este fin de semana, tras una larga lucha contra el cáncer.
He estado dándole varias vueltas a si escribir algo al respecto. Sentía el impulso interno de recurrir a las letras, de desangrar la pena que estaba sintiendo, pero veía un inconveniente. Yo no he conocido a Miguel. No ha sido una persona cercana, no he compartido ninguna conversación con él y él no ha sabido de mi existencia. El miedo a la hipocresía, el adueñarme de una pena ajena y escribir sobre ello me empezaba a parecer intrusivo e irrespetuoso.
Pero he conocido a su obra. He conocido su arte. He sido amiga de sus poemas y compañera de sus reflexiones. Cada vez que me adentraba en el universo infinito que es Instagram, miraba en las burbujitas que contienen las historias, para ver si aparecía la suya. Su poemas, con gran inteligencia, ironía y sutileza, derrochaban ingenio. Provocaban alegría. Muchas veces, sobre todo en los poemas cortitos, yo hallaba en lo no escrito, en el silencio, todo la potencia de lo que el poema intentaba decir. Y ya no eran solo sus poemas, sino también sus recomendaciones. Su buen ojo a la hora de escoger lo que compartir y abrir las puertas de sus seguidores a nuevos horizontes, a nuevos artistas, a nuevas emociones. Ha sido un verdadero placer y fuente de alegría haber podido ser partícipe de su amor por la poesía y por el arte.
Pero ver también el paso que la enfermedad estaba teniendo sobre su vida y la de su familia era difícil. Todos los que hemos tenido que ver con enfermedades complicadas sabemos lo duro que es para el protagonista, y también para su entorno. No puedo imaginar lo que debe de estar sintiendo su familia. No puedo, porque la experiencia no me lo ha hecho ver aún y porque, por ahora, no le he tenido que decir adiós a ningún ser querido. La muerte aún no me ha visitado y espero que no lo haga en un tiempo.
Siempre pienso que, cuando Dios se lleva a las personas, es porque ya han cumplido su gran trabajo en este mundo y ahora le toca a Él disfrutar un poco más de ellas. Qué bonito saberse conocedor de alguien que ya ha cumplido la gran obra para la que había venido, y qué bueno haberse sabido parte de esa hazaña.
Miguel seguro que ha hecho muchísimas cosas de las que yo no tengo conocimiento ni me corresponde tenerlo. Pero sé lo que ha hecho su arte. Porque yo lo he conocido.
Y a mi me ha acompañado en momentos difíciles, ha estado a mi lado en una ruptura amorosa y me ha hecho sonreír cuando pensaba que no iba a ser posible. Me ha alegrado las mañanas y me ha hecho reflexionar por las noches. Pero sobre todo, me abrió los ojos a las bondades de la poesía. A su poder y sabiduría. Y me abrió un mundo hasta entonces inexplorado.
Que alguien te abra las puertas de la poesía es una de las mejores experiencias que puedes tener. Ya no conocerás la soledad, y si lo haces, no será tan amarga.
Hasta siempre, Miki. En la pena que sentimos por tu partida se encuentra el agradecimiento por tu paso por esta tierra. Por tu arte. Por tu legado.
Sus libros
Aquí estuvo Kilroy. Lírica de lo cotidiano. Érase una pez. Palabras de Perdiz.
Comprarlos, abrirlos, disfrutarlos.
Dos Podcast
La conversación que compartió con Javier Aznar, en el Hotel Jorge Juan.
Y la que compartió en Charlando con Zubi.
Sus poemas
Tengo tantos guardados, que me es imposible escoger. En esta carta encontráis los que he disfrutado más recientemente. No son todos mis favoritos, pero son de los que me he acordado a la primera. Espero que disfrutéis tanto de sus palabras como lo he hecho yo.
Me gusta mirarte.
Me gusta mirarte de frente,
de espaldas, desnuda, de perfil,
decúbito, de canto.
Me gusta mirarte debidamente,
definida, indefinida,
deforme, dispuesta,
distante, derivada y defensiva.
Me gusta mirarte cuando
me miras
y cuando no me miras...,
también me gusta mirarte.
Me gusta mirarte de pie,
de rodillas,
desde fuera, desde lejos,
desde dentro,
detenida, derrengada,
de puntillas.
Me gusta mirarte diluida
en la mañana,
destacada en la tarde,
derrochando la noche.
Me gusta mirarte;
como Dante a Beatriz,
me gusta mirarte.
Me gusta mirarte con deseo,
con ternura,
con descaro, al descuido,
con deleite,
con decencia,
con descendencia.ㅤ
Me gusta mirarte
de todas formas.
Porque, de todas formas,
me gusta mirarte.
Escribir es fácil. Escribir
poemas, aún más,
cualquiera puede hacerlo.
No hace falta mucho:
algo que trace, puede ser
un lápiz, un boli, un pedazo
de lignito, cisco, turba, saliva
o incluso sangre.
Hay gente que ripia con sangre
y eso es peligroso
ya que si el poema es malo,
y casi todos los poemas
son esencialmente malos
porque la gente que escribe poesía
lo hace, porque no le queda otra.
Pues, es un desperdicio,
esa sangre podría usarse
para otros fines:
menstruar, hacer amigos,
donaciones, etcétera.
Va, que me lío, en fin
se precisa también una superficie libre
para dejar constancia:
una pared, papel, servilletas usadas,
cuerpos —raídos o sin raer—
cualquier lugar es bueno
para hacer un testamento lírico.
Un corazón que bombee, un encéfalo
en su sitio.
Y lo más importante
Algo que escribir, y escribirlo
más o menos bien
por eso,
él o la poeta debe haber leído
a otros y otras antes.
Más que nada, para repetir
lo mismo, pero de otra forma,
y no contar boludeces
—como esta—.