Como cualquier persona -exceptuando a los psicópatas-, dudo. Dudo de una multitud de asuntos y en un espectro bastante amplio. Paso sin ningún problema de la duda sencilla, de si/no, me pongo estos zapatos o este jersey, a la duda existencial, de peso fundamental: este chico, este trabajo, esta ciudad. Muchas veces, las dos a la vez.
Vacilo en muchísimas cosas y me causan bastante desconfianza las personas que están seguras de todo. Que tienen una opinión marcadísima para multitud de temas y de la que es imposible que se muevan, aunque sea un milímetro (qué decir, que se apeen). Es decir, los plastas que, encima, suelen equivocarse precisamente por el hecho de no cuestionarse y no tener disposición para cambiar.
Sin embargo, admiro a los que están seguros de que no lo saben todo. De que no saben casi nada, pero que tienen una o dos verdades claras. El resto, niebla. Pero dichosa niebla. Porque de ella, y de esa conclusión de saberse ignorante de casi todo, nace el deseo de la Verdad.
Hace unos días hablaba con una amiga sobre esa sensación de hacerse mayor pero sentir que nada cambia, que sigues con las mismas dudas, con las mismas inseguridades, con las mismas creencias que tu yo adolescente de quince años. Y yo me preguntaba, ¿de dónde salen los ancianos sabios y luminosos? ¿Soy la única que tiene esta sensación de ser una hoja que vuela y no sabe dónde va a caer?
Poco después leí esta frase en las profundidades de internet -bendita profundidad-: “Por mucho que crezcamos y nos hagamos mayores, seguimos tropezando. Siempre dudando. Eternamente jóvenes.” Eterna mente joven. Con sus dudas, sus pesares. Y su deseo de buscar. De buscar la Verdad. Ahí es donde veo que nace el don de la duda.
Creo que los sabios son sabios porque saben de qué dudar y a qué no vale la pena dedicarle ni un segundo porque el asunto está más que claro. Saben evitar y ni siquiera dejar nacer la perdición del relativismo, esa masa viscosa que se posa sobre absolutamente todo y lo despoja de su esencia.
Ahí es donde se encuentra y esconde la dificultad del saber dudar en su justa medida. Porque la realidad, en su plena amplitud, es la que es, con sus matices y sus sombras, pero A es A y B es B. Nos guste o no -lo queramos cambiar o no-, es y seguirá siendo así. Y por eso, el relativismo es tan peligroso. Porque hay asuntos que objetivamente están bien y están mal y hay asuntos que, aunque se dude, se debe actuar de cierta forma. Una forma correcta.
Un actuar que solo nace de una conciencia bien formada por un conocimiento que otros han puesto a nuestro alcance y que nosotros hemos sabido aprovechar. Por ejemplo, mediante la filosofía, una herramienta -un amor a la sabiduría- que se está tratando de eliminar en pos de lo práctico. ¿Qué hay más práctico que saber y saber discernir (el fin último de la duda)?
Estos días he estado releyendo la “Carta a un joven posmoderno”, de Diego Garrocho, con una crítica bastante dura de cómo las armas intelectuales de la crítica han sido desactivadas.
No sólo te hemos arrojado a una vida desventurada, sino que, además, te hemos sustraído cualquier lucidez crítica que te permita enfrentar la miseria a la que te hemos condenado. No lo olvides nunca, el capital te ha hecho despreciar todo aquello que te ha arrebatado: una familia, un sentido para tu existencia y un catálogo de valores estables en torno a los cuales ordenar tus decisiones, que es tanto como ordenar tu vida.
Escribe Chesterton que “El hombre está hecho para dudar de sí mismo, no para dudar de la verdad; y hoy se han invertido los términos”.
Pues eso. A dudar un poco más de nosotros mismos (y de cómo vivimos). Que no está mal cuestionar el statu quo actual de vez en cuando…
Un libro
Lo nuevo de Ginzburg en Acantilado.
Me parecía que aquella pequeña plaza y aquella cocinilla y aquella pequeña habitación nuestra con los libros y la mesa en la que yo estudiaba por la noche eran un puerto seguro al que volvíamos para encontrar paz y consuelo.
Un poema
Otro poema
De Cristina Peri Rossi, Premio Cervantes.
Una cita
El misterio que sienten todos los que escriben. Encuentran una paz absorbente, relajante, personal. Gozosa.
Una ilusión
La de recibir un Christmas. ¡Qué alegría tan infantil y bienvenida!
Esto es todo por hoy. Os escribo pronto con más divagaciones intensas.
Nos leemos en Instagram y en Twitter.
Hasta entonces, a dudar (y a seguir a la Verdad).