Me crucé con esta palabra hace unos meses. Lletraferida. O, como ya se ha aceptado en español, letraherida. Una palabra que viene a describir a los amantes de la literatura, o según la RAE, a quien “siente una pasión extremada por la literatura”. Es un término que se aceptó en 2014 en el Diccionario de la Lengua Española, y que procede de este bello catalanismo: lletraferit. O ya de forma particular, en mi caso, lletraferida.
Según un interesante artículo publicado por el Instituto Cervantes, esta expresión encuentra su origen en el francés, en concreto, en los Ensayos de Montaigne:
Mon vulgaire Périgourdin appelle plaisamment Lettreferits ces savanteaux, comme si vous disiez lettre-férus, auxquels les lettres ont donné un coup de marteau, comme on dit.
Que se tradujo a:
En mi dialecto del Périgord llaman a estos sabihondos con mucha gracia lettreferits, como si dijéramos letraheridos: o sea, aquellos a los que las letras han asestado un martillazo, es un decir.
Resulta curioso que esta palabra, habiendo nacido en Francia, no se retuviese allí como adjetivo, pero en cambio, unos siglos después de la creación de los Ensayos, en Cataluña y la zona balear se acogiese como habitual.
La forma en la que llegué a este término fue a raíz de que un tío mío me describiese como tal tras leer la carta que mandé en verano relatando mi proceso de búsqueda y adquisición -tuve mucha suerte- del libro Agua y Jabón, de Marta D. Riezu.
Dijo que era una lletraferida.
Después de indagar en lo que significaba, me pareció una palabra bellísima. A lo largo de la historia ha tenido varías adaptaciones y connotaciones y significados, pero si se considera lo que en sí significan las palabras por separado y lo que denotan conjuntamente, me parece una preciosidad. Y precioso también que, durante el siglo pasado, varios escritores la tradujesen literalmente al castellano: letraherido.
Herido por las letras.
«Te escribo desde la oficina, mientras en torno cantan el vals de los ventiladores. Realmente no es éste clima para letraheridos: mi cabeza pierde filo y mi caligrafía lleva camino de convertirse en algo infantil», escribió en una carta Gil de Biedma a Carlos Barral.
El concepto de letraherido no está nada alejado de la realidad de lo que supone leer y amar lo que se lee. Esa electricidad que te recorre por dentro cuando has acertado de lleno con una lectura, cuando has leído un párrafo exquisito y das gracias a Dios porque alguien tuviese esa extraordinaria claridad mental para ponerlo por escrito.
Pero también considero que lletraferit describe a los escritores. A los que sienten la llamada a las letras y se desviven por ellas e, inevitablemente, se dejan abrir -y herir- por ellas.
Supongo que el atractivo que encuentro en la palabra reside en ese amar aunque cueste, aunque en algunos casos, llegue a herir. Porque el amor y la devoción por la escritura son grandes, el sentir es enorme, y la dicha de finalizar, aunque un poco maltrecho, es espectacular.
“Oigo música, leo bastante, escribo […], trabajo en mi estudio sobre Cántico. En fin, que por fin llevo una vida de letraherido integral, sin nostalgias ni deseos de placer” escribía Gil de Biedma a otro amigo, Gabriel Ferrater.
Con estas divagaciones y lecturas sobre los orígenes de la palabra he llegado a dos conclusiones. La primera, que la lengua española tiene verdaderos tesoros escondidos. La segunda, que esos tesoros se deberían divulgar y enseñar. No tender a la comodidad que supone tomar prestadas palabras de idiomas extranjeros, sino conocer el propio en toda su profundidad.
Escribe Mauricio Wiesenthal en Derecho a disentir que “las palabras y los nombres forman parte del mayor tesoro que puede acaudalar un escritor”. También escribe que “la obra de un escritor está marcada por su educación, su idioma y su experiencia vital”.
¿Cómo saber describir la realidad si no se conoce el propio idioma con todos sus matices? ¿Cómo entender siquiera qué está pasando si no podemos retenerlo, si no podemos nombrarlo?
La cosas son porque tienen un nombre que las describe. Un enamorado de las palabras es un letraherido porque se desvive por ellas. Un amante es lo que es porque sabe que lo que siente es amor.
Debido a que las cosas tienen sentido porque las sabemos nombrar, empezar a jugar con lo que significan, manoseando y sometiendo su función a las modas y las ideologías “del momento”, acaba por, no solo despojarlas de lo que son, sino que también altera nuestra percepción de la realidad y, por consiguiente, nuestra conciencia.
Por eso es importante conocer, en este caso el español, en toda su profundidad. Y si se puede, también tener nociones básicas de las otras lenguas que se hablan en España. Conocer sus orígenes, su historia, sus por qués.
Porque en el conocimiento es dónde está la mayor defensa del por y para qué.
Dos libros
Este jueves se celebró el bicentenario del nacimiento de Dostoeivski, auténtico maestro del lenguaje y del conocimiento de la conciencia y de la psique humana. Preparando el capítulo del podcast Una pregunta, literal volví sobre Tres Maestros, de Stefan Zweig, otro artesano de las palabras y, estoy convencida, un lletraferit.
Leyendo a Zweig -me pasa con contados escritores- siempre acabo preguntándome qué sentido tiene seguir escribiendo, cuando he sido precedida por estos maestros que, en comparación, reducen lo que yo escribo a un mero balbuceo de cuatro párrafos sin sentido. Leerle se convierte siempre en un ejercicio de extrema humildad. No puedo más que recomendarlo. Y a los Tres maestros también.
Otro libro que me ha acompañado estos días de precioso otoño en Madrid es Y eso fue lo que pasó, de Natalia Ginzburg. Una historia un tanto oscura pero, como siempre, muy bien escrita.
Una cita
Una frase
Todo pasa. Solo la verdad permanece.
- Fiodor Dostoievski
Dos exposiciones
En estas dos semanas he podido ir a dos exposiciones: una en Espacio Fundación Telefónica sobre la historia del color, y -¡por fin!- La máquina Magritte, en el Thyssen.
Esta frase de Color me sobrecogió: “El color es el tacto del ojo, la música de los sordos”.
Un cuadro
El arte de la conversación, de René Magritte.
Unos cuantos artículos
Decálogo de las buenas costumbres, de Jorge Freire.
“La mayor elegancia es la que no se ve. Elegante, en origen, es quien elige bien (eligere). El hortera elige la pompa y la ostentación; el elegante, la sencillez y el aticismo. No confundas lo sencillo con lo simplón.”
Carta a un joven posmoderno, de Diego S. Garrocho, y por el que le han dado esta semana el II Premio de Periodismo David Gistau.
Vivir para contarlo, de Beatriz Manjón.
"No es lo mismo vivir que contar que se vive, como no es lo mismo amar que contar que se quiere; y compartir lo que se vive no significa vivir lo que se comparte."
Decir adiós, de Jesús Montiel
“La despedida nos enseña a no acostumbrarnos, y el recuerdo constante de la muerte es una aguja que nos hace ser conscientes de todo cuanto se nos ha regalado y no hemos conseguido por méritos.”
Leer está sobrevalorado, de Julio Llorente.
"No pretendo insinuar que leer mucho sea malo; sólo pretendo decir que igual no es tan bueno o, mejor, que igual no significa nada en absoluto."
Un podcast
Aquí va un poco de autobombo, pero este miércoles salió un capítulo especial en Una pregunta, literal como celebración de los 200 años de Dostoievski.
Os dejo aquí el link, por si alguien tiene curiosidad.
Y esto es todo por hoy. Nos leemos en dos semanas.
Hasta entonces, ¡feliz lectura, lletraferits!